Algunas veces me sorprendo al escuchar lo que él dice, otras le he dicho que lo que él ve queda reducido, que algo no puede ser tan simple. La teoría funciona. Habla de teoría como si estuviera en una charla de café con un amigo. Se disculpa por ello. Continúa haciéndolo, agrega que sabe que lo entenderé.
Un par de veces ha mencionado que es él la persona que mejor me conoce. No sabe lo que dice. Tal vez yo no sé lo que eso significa. Todavía guardo temas para mí, cosas que no le he mencionado. Él lo sabe. En una ocasión hace mucho tiempo comentó que era normal querer engañar al psicoanalista. Aún ando en el proceso.
Hablamos de desechos en el espacio la última sesión. De una cochinilla muerta en medio de mi cuarto. De movilidad. Sigo dirigiendo la mirada hacia la fotografía enmarcada que pende de la pared justo frente al diván. Ya no golpeo la pared. Él escucha.
Este viernes salí del consultorio y llovía, caminé las dos cuadras pensando en su voz, no en lo que había pronunciado, quizás un par de ideas quedaron intermitentes. Es algo confuso vivir con el ruido externo y los sonidos que golpean la cabeza, que alguien más deja, que se mezclan con mis palabras. Todo se vuelve amorfo. Desaparece.
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