martes, 27 de septiembre de 2011

Adios


Ey tú Verano, hazte a un lado!
   mmm bueno, este día te has portado cálido
...   me llevaste a un buen lugar muchacho
               (pero en definitiva espero al de alado).

lunes, 19 de septiembre de 2011

Otoño

Recuerdo que por aquellos días de septiembre mi corazón estaba marchitándose -tal como lo hacían las hojas de los árboles, pero éstos tenían la plena certeza de renacer al paso de seis meses-. Mi corazón no tenía tales esperanzas, más aún, cada día iba perdiendo la intención de dar un latido más. Mi corazón sufría de algo parecido a una enfermedad que no se cura con esperanzas sino con la ausencia de ellas. El tiempo que dura el tratamiento es totalmente indeterminado, nadie sabe en verdad lo que ha de pasar para que renazca, nadie tampoco sabe con certeza si es que así ha de ocurrir.
Ahora es casi el final del invierno. Ya no escucho mis latidos. Puede que mi pecho esté tan marchito que no haya de encontrarse nada para él cuando llegue la primavera. El tratamiento seguro habrá de seguirse, de alguna u otra forma se le ha forzado a caer en un abismo infinito de desesperanza; un abismo que huele a eternidad, donde no se escucha ni un goteo que indique el paso del tiempo.
Mi único temor es que durante el tratamiento de la total desesperanza ocurra algo como aquello que suele sucederle a las hojas marchitas. No hay temor en que se suelten y viajen con el aire, ni que brillen tenuemente con sus dorados en los atardeceres, no, no hay temor de que eso le ocurra a mi corazón. El único suceso a temer es que el viento deje de soplar un día y que caiga a la deriva, totalmente seco, frío y tieso, entonces, sin más ni más, habrá un irremediable crujido en este abismo.