domingo, 5 de enero de 2014

Diciembre 2013

Algunas tardes son sobre derramar ruegos. Le he pedido que me ayude. Nunca ha atendido a mi llanto. No sé qué espera de nuestra charla sin sentido. ¿Cuándo se convirtió mi sesión en una charla?

Le he hablado sobre temas de muerte y silencio, una vez más lo hube dejado impresionado con mi respuesta, no es que fuera directa, tal vez tampoco indirecta; quizá no era más que un murmurante divagar para salir de ese  incómodo silencio en que pienso que el tiempo corre derramando dinero, un pequeño duende riéndose de mí y mi torpe forma de hablar, de callar. Lleva con él un saco con mis monedas, las va agitando y deja caer unas cuantas mientras se ríe, salta, se burla de mí; en hoyos de tierra fresca se absorben las monedas; yo lo veo y dejo que con su andar se marquen vacíos tics y tacs... Silenciamos. 

Regreso.

Esterilidad, el tema que se ha presentado. Llegó justo cuando noté que habían retirado el cuadro con la fotografía en blanco y negro. En su lugar quedó la pared. Tal vez esta palabra no es más que el nombre que le doy a algo que ya he nombrado antes. No lo recuerdo. Las palabras se han repetido por años... arraigo de palabras... como flores de algodón que se desprenden y vuelan en círculos, que no se alejan...

Los sonidos son solo un disfraz.