sábado, 21 de julio de 2012

Casa Trinar






4 La advertencia




De mí primera cita recuerdo dos cosas, borrosas ambas... algo de incomodidad... los asientos estaban puestos para no esconderse; y un incómodo "te escucho", a manera de saludo, presentación y sentencia... ¿qué sentencia hube recibido en aquel momento?

Tal vez pueda describir un poco más el lugar en aquellos días, sin embargo sé que la mayor parte de mi recuerdo estará formado por un cómodo arreglo de imágenes presentes y rasgos residuales acumulados en mi memoria. Llegué al lugar justo a tiempo, tal vez con un par de minutos de retardo. Era una puerta pequeña,. justo entre el restaurant de sushi y la florería, tal como había dicho Gutierrez por teléfono. No me costó ningún trabajo llegar, no. 19 de la calle Génova, ahí estaba. La puerta permanecía abierta, tan solo un empujón bastó para que estuviera dentro de un corto pasillo que se convertía en escalera. Subí cada escalón pensando en regresar, que era tarde, que tal vez todo estaba bien y nada de eso era necesario... en fin, llegué al siguiente nivel y ahí estaba, en la sala de espera de Casa Trinar, incómodos sillones color blanco, mesa de centro, artesanías decorando las paredes pintadas de blanco, pintura bastante arruinada por una evidente falta de cuidado y limpieza. Tomé asiento por unos minutos mientras que la recepcionista se desocupaba; recuerdo que fue tiempo suficiente para observar todo el lugar y darme cuenta que la persona que estaba sentada a mi lado tenía ciertas particularidades. Era medio día, la luz entraba por las ventanas de manera acusadora, así fue como vi por primera vez a Joaquín, sentado junto a mí, con las piernas abiertas, rostro de idiota... desesperado porque no lograba abrir una bolsa de frituras. Él llamó mi atención por su tamaño, era un hombre alto, enorme tal vez, unos cuarenta y cinco años, casi calvo... rostro de idiota debo agregar de nuevo. Cuando por fin abrió la bolsa de frituras todas cayeron desperdigándose por el sillón, sonrió y me ofreció unas, le rechacé. Él tomó un puñado y lo llevó a su boca, sonrió de nuevo. Así pasaron algunos minutos, logré ver que sus ojos continuaban alegres mientras seguía comiendo ya con mayor tranquilidad... bien hubieran podido ser pedazos de madera o trozos de papel cartón los que se llevara a la boca, a él parecía importarle poco qué tragara, su mirada estaba por todo el cuarto y su pensamiento puedo asegurar no se encontraba en ese lugar. Creo que sí, me espanté un poco, el tipo era enorme y a la vez tan pequeño, tan infantil... un niño. Dejé de mirarlo para no incomodarme más, continué esperando.

No había pasado mucho tiempo cuando del fondo de la habitación aparecieron dos mujeres, venían caminando juntas por el pasillo que guía a los talleres del lugar. Una mujer era joven, la otra un tanto vieja, cabello largo y sonrisa... de idiota. La mujer vieja me saludó con familiaridad, se acercó tal vez demasiado, tal vez quería olerme... no tengo claro que hacía tan cerca de mí. La mujer joven la sostuvo del brazo y la apartó con cuidado. - ¿A quién esperas?- preguntó.

-Tengo cita con el Dr. Gutierrez.- contesté

-Ah, viene en un segundo.- respondió, y por fin dio una sonrisa de cortesía.

Supe tiempo después que la mujer de cabello largo se llamaba Lolita, no era más funcional y tanto ella como Joaquín vivían en Casa Trinar. La mujer joven debió ser alguien más del personal. Lolita insistió un par de veces más en olfatearme, tocó mi cabello, sonreía cerca de mi rostro... se alejó.

Por fin entré al consultorio, sentados, ambos sentados casi frente a frente, sillones y un librero al rededor; una mesa pequeña con un teléfono y unos cuadros decorativos, ese era el lugar. La ventana daba a la calle, los ruidos que llegaban de afuera eran incómodos... el silencio inicial fue todavía más incómodo.

- Te escucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario