domingo, 15 de julio de 2012

Casa Trinar


2 ¿... y a las zanahorias les dolerá ser desolladas?




A veces hay que aceptar ciertas incomodidades, algunos inconvenientes contra los cuales quedamos cruzados de manos. Eso puede darse muy seguido en esto del monologueo, en esto de las voces que recorren una habitación; una es mía -aún cuando de esto me queden algunas dudas-, la otra es de un desconocido, de alguien tan sólo referido por el insignificante -e insignificante en el sentido formal de la palabra- nombramiento de Dr. Gutierrez.

-Aquí le dejamos.- dijo apenas pasara un largo silencio en el que había caído pasmada por algunos de los sonidos que viajaron rompiendo el silencio de la habitación. Si hubieron salido de su boca o de la mía, dieron lo mismo, me dejaron tirada -valga la insistencia en la posición-, totalmente ida. ¿A dónde había ido?

-De acuerdo.- contesté, me incorporé y saqué el dinero del bolsillo. Le extendí los dos billetes, en esa ocasión llevaba el dinero exacto así que no tuve que esperar ningún movimiento de respuesta. Me levanté y salí de la habitación. -Te veo el martes.- dije a manera de despedida. Él hubo contestado con un mosílabo o cosa parecida mientras yo cerraba la puerta tras de mí. Bajé las escaleras y en algunos segundos estaba de nuevo en la calle, fuera de Casa Trinar. Un segundo pensando que tal vez aún no quería regresar a casa... dos segundo y di cuenta que no tenía qué demonios hacer en la calle, así que sí, volví a casa sin más ni más.

Las consultas con el Dr. Gutierrez comenzaron un año atrás, tal vez después de algunos episodios... tal vez siendo esperadas desde mucho antes, pero recuerdo que fue un momento en particular lo que me hizo levantar el teléfono y pedir la cita.


Era el día de mi cumpleaños, principios de otoño y entonces ocurrió que no habría pastel... no habría con quien compartir un pastel aquel día... creo que en verdad no había ganas de festejar algo, parecía que el día no existía. En fin, me levanté de la cama, tomé el baño más largo que hasta hoy recuerde, dejé simplemente correr y correr el agua caliente, caliente hasta hacer arder la piel... hasta hacer sentir el cuerpo desnudo. No es que quiera hacerme la lista pero a veces cuando uno se baña no siente realmente la desnudez, puede ser que el contacto con el agua cree un manto o cosa semejante y entonces resulte que en la soledad del baño uno encuentre que está vestido, frotándose sin ser visto, tal vez uno mismo no pretende verse... pero aquel día fue distinto, el agua no me cubría, parecía que me desnudaba, que deshacía cualquier velo... un abrazo, eso deseé, un abrazo para cubrir mi cuerpo desnudo, así que sin más ni más me rodeé con mis brazos durante un largo tiempo, mientras las gotas desollantes atacaban cualquiera que fuera mi máscara.


Muchos minutos después salí del baño para entrar a mi habitación y entonces supe, al ver mi espalda roja... asquerosamente roja reflejada en el espejo que era hora de llamar a este tipo, el Dr. Gutierrez. Un poco de charla no le haría daño a nadie... ¿o sí?

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